miércoles, 18 de mayo de 2016

La otra cara del alcohol


Artículo elaborado por JUAN VENTOSA
(@juanx_2000 en Twitter), alumno de 4.º ESO C

“Dos grandes narcóticos europeos: el alcohol y el cristianismo”, decía Nietzsche. Puesto que el segundo, al ser la doctrina de la opresión y la esclavitud por excelencia, además de la cumbre de la ignorancia y la estupidez humana, tiene una amplitud mucho mayor de la que puede abarcar este escrito, me detendré en el primero de ellos. Esta droga se ha hecho con un hueco importantísimo dentro de las costumbres y vicios de Occidente y es la causa de 3,3 millones de muertes al año en todo el mundo. Pero este no es, ni mucho menos, el síntoma más grave: el alcohol tiene un fortísimo impacto en la sociedad en forma de sumisión y obediencia, lo cual lleva a este fenómeno a convertirse en uno de los más provechosos para quien nos controla y nos esclaviza.

Lo primero que debo preguntarme es el porqué del gigantesco éxito y arraigo del alcohol en esta sociedad enferma. ¿Cómo es posible que un veneno como este pueda tener una comunidad de fieles tan grande? ¿Por qué, aun sabiendo los peligros que conlleva, seguimos consumiendo alcohol en cantidades industriales? ¿Por qué, incluso después de sufrir sus más terribles consecuencias, seguimos haciendo uso de él? ¿Por qué nos aferramos a él como última esperanza?
En primer lugar, es un recurso fundamental para olvidar y evadirse de las tormentosas y exasperantes vidas que llevamos; así como de la irritante rutina que nos es impuesta como parte del engranaje de la gran máquina que constituimos. Nuestro trabajo es muy duro, además de tener que hacer frente a hipotecas, familias, pagos y todo tipo de gastos absurdos, y el poco tiempo libre del que disponemos es malgastado de una forma horrenda e inútil, por ejemplo en comprar todo aquello que no necesitamos. Nuestra vida es hipotecada en virtud de otros, con lo que estamos necesitados de alguna forma de felicidad, aunque sea ficticia y nos cueste la vida. Luego nuestros contemporáneos dirán que son felices; en ese caso no llego a entender qué función tiene el alcohol. Sus vidas constituyen una terrible calamidad, pero en la tele dicen que hay que ser feliz, así que creámonos felices. Es triste. Entonces todo parece indicar que el alcohol es una escapatoria de la radiante felicidad de la que disfrutan, en vez de una forma de evasión de la miserable existencia que a todos nos incumbe en este mundo gris. Algo no me cuadra.

Por otra parte, esta droga constituye una válvula de escape de nuestra vomitiva rutina: durante la semana somos puros autómatas ordenados por unos horarios que no dejan margen a nuestra libertad y eliminan nuestra toma de decisiones. Estamos programados para trabajar de lunes a viernes sin parar y los fines de semana necesitamos desahogarnos. Pero se da el caso de que la forma de desahogarse también está programada: trabajamos una semana (de lunes a viernes) y bebemos el fin de semana; y repetimos dicho proceso la semana siguiente, y la siguiente también, y la siguiente… Así transcurre nuestra vida en este sistema desde que nacemos hasta que morimos, todo está programado en la existencia de quien tiene miedo de ser libre. Todo aquel imbécil que vive controlado por la rutina es y será incapaz de darse cuenta de que el método que utiliza para intentar olvidarse de ella es generado por ella misma.

Como segunda causa cabe destacar la podredumbre espiritual, en cuanto a emociones y sentimientos se refiere, a la que está sometido el individuo medio de nuestra sociedad. La moral de nuestro tiempo, impuesta por el cristianismo y aceptada por la clase dominante, somete y reprime de una manera drástica las pulsiones, las potencialidades y las aptitudes humanas, así como nuestro mundo emocional, que es sustituido por uno falso común a todas las personas, que les sirve a los que mandan para mantenernos domesticados. Por tanto, necesitamos dar rienda suelta a todas esas emociones que están siendo atadas y encadenadas: mientras estamos borrachos no está socialmente del todo mal visto expresar algunos de nuestros sentimientos (aun así, la mayoría de ellos siguen encarcelados). Mientras estamos borrachos la opinión pública nos permite hacer muchas cosas que cuando estamos sobrios nos son denegadas; en este caso creo que influye sobremanera el miedo y la cobardía que dominan esta sociedad, y puedo simplificar la conducta de los jóvenes de nuestra era en la siguiente proposición: “bebo para recuperar el control de mí mismo”, aunque en tal estado el control de la situación brilla por su ausencia. Contradictorio cuanto menos.  Nuestras emociones son reprimidas por un código obsoleto desde hace 21 siglos, con lo que los individuos buscan su realización en aquellos momentos en que este código se suaviza. “Llorar es de mariquitas, pero necesito llorar, así que utilizo el alcohol como justificación”. Este es el método de funcionamiento de gran parte de la fauna del botellón, aunque parece más propio de una ameba. Por supuesto este proceder no se realiza de una manera consciente. Como tenemos pocas formas de acceder al placer porque la moral lo prohíbe, nuestra única forma de disfrutar es emborrachándonos. Las mentes vulgares tienden a refugiarse en el alcohol para poder desencadenar sus emociones, no tienen otra manera de hacerlo.

También encuentro un motivo para beber en la dificultad que tienen (sobre todo los adolescentes) para aguantarse y soportarse, a ellos mismos y a los demás. En nuestra sociedad las relaciones de amistad y de pareja han sido mercantilizadas. Vamos al mercado y podemos comprar patatas, tomates, amigos, incluso una novia; y cuando vemos que ya no nos son rentables, los desechamos y buscamos otros.  Ahora lo importante de tener amigos es poder ascender en la escala social gracias a ellos, promocionarlos como si de un aspirador se tratara, las relaciones humanas se convierten en relaciones de propiedad. Todo el mundo quiere ser reconocido, y si se junta con gente reconocida le será más fácil. La cuestión radica en que, fuera de las cámaras, esas personas no son capaces de soportarse sin recurrir a ningún aditivo como el alcohol. La sociedad ha degenerado tanto que ya a dos amigos les cuesta un mundo entablar y mantener una conversación. Sin el alcohol, no tendrían nada de qué hablar ni nada que hacer. Por otra parte, estos chavales tampoco se aguantan a ellos mismos: son incapaces de estar solos, son incapaces de conocerse a sí mismos, son incapaces de orientarse y seguir un rumbo fijo sin ser guiados por otra persona o una autoridad. Necesitan el alcohol para olvidarse un rato de los complejos que los atormentan y que no les dan un minuto de tregua. No son capaces de dejar de pensar en qué van a decir los demás sobre ellos si hacen tal o cual cosa, con lo que no tienen más escapatoria que el alcohol, ya que son demasiado mediocres para desempeñar cualquier otra actividad más creativa, sana y provechosa.

Otra causa, la cual me parece la fundamental dentro de los adolescentes, radica en el uso del alcohol para integrarse en un grupo y en la sociedad. Aunque esté prohibido, el botellón no solo está socialmente aceptado, sino que constituye un apartado primordial para hacerse con uno de los puestos de arriba en la escala social e integrarse en el propio sistema. No solo se da el caso de estar entre amigos y tener que beber porque los demás beben, lo cual denota una falta de personalidad absoluta e irritante; sino que debes hacerlo para subsistir dentro de esta sociedad demencial e hipócrita. Tenemos miedo de no encajar dentro de la sociedad, tenemos miedo de ser nosotros mismos, y beber es un activo fundamental para poder formar parte de un grupo, a la vez que para escapar de nuestra libertad y nuestra integridad. Se ha establecido una ley que indica que aquellos que beben son “guays” y aquellos que no lo hacen, unos “pringaos”. Si esto es así, pues, alabo a todos los “pringaos” habidos y por haber. Incluso se llega al extremo de que a muchos adolescentes les da vergüenza reconocer que no beben, ya que serán prejuzgados y apartados del grupo. Esto muestra la degeneración cívica y social propia de nuestro tiempo.

Por último, quiero destacar la influencia que ejerce la rebeldía en todo este asunto. Vivimos en una sociedad opresora en la que debemos someternos a infinidad de autoridades y a infinidad de prohibiciones. Vivimos bajo la dominación de nuestros padres, de la ley, de la policía, de los políticos, de Dios, de la moral, etc; es por esto que la mayoría de la gente desarrolla un instinto rebelde innato y (en el caso de la masa) inconsciente e imperceptible. Tiende a emerger en lo más profundo de nuestro ser una reacción contra todo aquello que nos niega y todo aquello que nos oprime. Pero esto no es nada malo, es un gesto de lo más natural protestar contra lo injusto. El problema se encuentra en que esa rebeldía no se vuelca en cambiar las cosas, ese instinto no es transformado en lucha por la libertad, en lucha contra la autoridad y la opresión; sino que degenera de una forma irracional en una serie de hábitos y actitudes que no solo es que no mejoren la situación frente a la autoridad, sino que añaden una autoridad más a la que someterse, en este caso el alcohol. Las élites han conseguido mantener calmadas a las masas encerrándolas en vicios como el alcohol y contribuyendo con esto a su dominio por parte de la sociedad. Encauzan la rebeldía por medio de la bebida y con ello consiguen subyugarla. De forma muy acertada dijo Bakunin: “Para escapar de su miserable suerte el pueblo tiene tres caminos: dos imaginarios y uno real. Los dos primeros son la iglesia y la taberna. El tercero es la revolución social.” Pues bien, el primero por suerte está empezando a ser superado, pero en lo que concierne al segundo, las cosas no marchan de esa manera. Los que mandan han conseguido brillantemente sumir nuestra rebeldía en el alcohol. La gente, en su idiotez suprema, no es capaz de ver que la superación de la sociedad autoritaria radica en la propia eliminación de los elementos autoritarios y no en un vulgar enfrentamiento contra ella que no genera ninguna mejoría. En este sentido, las propias autoridades son las primeras en alentar y promover el botellón. Les interesa que la juventud esté perdida: ahora podrán seguir conservando su poder. No seré el primero en reconocer que las fuerzas de seguridad podrían hacer mucho más contra el alcoholismo en la adolescencia; simplemente no interesa.

Y todavía existe otro grupo, mucho más reducido, que va un paso más allá. Está integrado por aquellos que, aun conociendo la lacra social que nos subyuga, sigue rindiéndose al alcohol. Esto es debido a que, al no haber una salida a corto y medio plazo a este problema estructural que conlleva el sistema (o a cualquier otro problema de índole social relacionado con la prohibición y la autoridad), la carga de su propia rebeldía les pesa demasiado y se rinden. No tienen la suficiente fuerza para seguir siendo ellos mismos. Saben qué tienen que hacer para ser libres, pero están terriblemente atormentados ya que no pueden hacer demasiado, la impotencia se apodera de ellos. Esto desemboca en un estado en el que se convierten en presos de su propia rebeldía, con lo que necesitan librarse de ella, y allí se encuentra el alcohol llamando a la puerta.

En resumen, debemos darnos cuenta de que, tras el aparente velo de la diversión y la alegría con el que se cubre el alcohol, se esconde un fuerte narcótico que se adueña de nuestra integridad y un aparato de control y dominación social muy útil a manos de quien nos domina y nos oprime.

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