En una época de clara
decadencia cinematográfica y, en especial, del cine español; en una época en
que los criminales precios de las macrosalas y las molestas palomitas se están
terminando de apoderar del séptimo arte; en este nuestro tiempo en que las
películas épicas de marines perfectos e invencibles, las empalagosas comedias
románticas y demás americanadas de excesivo mal gusto han conquistado el
espectro cinematográfico al completo, se nos presenta la ocasión de descubrir e
interpretar una de las obras maestras de nuestro cine, una creación
vanguardística que pudo romper todos los esquemas de la época y, en definitiva,
un film que no deja indiferente a nadie. Se trata de “El ángel exterminador”,
una de las más célebres películas del extravagante director y guionista español
Luis Buñuel. Aunque estrenada en 1962, todavía en el siglo XXI sigue
conservando plenamente su sentido crítico y su valor cultural, ya que en
nuestra era la situación sobre la que incide se ha vuelto, si cabe, más
enfermiza. La cinta fue rodada y producida íntegramente en México, lo que
supuso una falta de medios importante que Buñuel tuvo que suplir con unas
cuantas dosis de ingenio.
A la mañana siguiente
reina un descontento muy grande entre los allí congregados. Todos quieren huir
de aquel lugar que la noche anterior los secuestró de manera salvaje, pero otra
vez sus intentos son en vano. Siguen atrapados en aquella angosta sala sin
escapatoria. Se sirve el desayuno como si llevaran allí viviendo mucho tiempo
y, entre la ira de unos y el desconcierto de otros, la sala se revela
totalmente hermética, ni siquiera el mayordomo puede salir. Con el paso de las
horas, la situación se vuelve más desesperada, a la par que surrealista: los
huéspedes no tienen nada para comer ni beber, pero aun así siguen sin abandonar
su particular prisión. Y lo que es todavía más extraño: los de fuera tampoco se
atreven a entrar para sacarles, da la sensación de que una barrera psicológica les
impide cruzar el umbral de la puerta. Así, la situación se va volviendo más
salvaje y, con ella, el comportamiento de los reunidos. Cuando el ambiente se
vuelve hostil, su conducta también lo hace y las reglas morales quedan en
segundo plano. Los hombres hipercivilizados que llegaron aquella noche se han
tornado bestias que no conocen nada acerca del buen comportamiento y la
convivencia.
Así es como comienza
la trama de la película, que no será desvelada bajo ningún concepto para
mantener viva la emoción que pueda contener.
La obra, a grandes
rasgos, desarrolla una crítica muy profunda hacia la clase social burguesa y su
conjunto de normas morales; así como una descripción de la vuelta al estado
salvaje que sufre el ser humano cuando su realidad se torna peliaguda.
Ya desde el
principio, y con el fin de poner de relieve la supina extravagancia de la
situación, a la par que de advenir el problema que más tarde se produce, el
director se sirve de un recurso un tanto peculiar, el cual consiste en repetir
dos veces la misma toma desde un ángulo de grabación diferente. Si fuéramos un
poco más allá, también podríamos aventurar que lo que busca es introducir al
espectador dentro de ese ambiente social tan cerrado en el que se encuentran
los personajes de la película. En segundo lugar, el hecho de que los empleados
del hogar abandonen la casa también es símbolo de ese contexto tan hermético en
el que se desarrolla la velada.
El convite y su
posterior fiesta se desarrollan de la forma más usual- a excepción de ciertos
matices surrealistas que no debemos mezclar con el argumento central de la
grabación-, bajo el yugo de la moral elitista donde las apariencias son el
paradigma en torno al cual gira todo. Todos buscan causar una buena impresión
en el resto de los invitados. Para acudir a este tipo de eventos sociales, los
participantes hacen uso de una máscara que extraen de los códigos y arquetipos
sociales, y ocultan detrás de ella al hombre que llevan dentro. La película
muestra de forma repetitiva supremacía de la máscara frente a la esencia
humana, así como la falsa relación que existe entre los invitados.
Todo va bien, todo se
adapta a los moldes de la rutina, todo encaja dentro de la visión preconcebida
e inamovible de una velada entre gentes de bien, hasta que llega la hora de
volver a casa. El hecho de que nadie sea capaz de tomar la iniciativa y
abandonar aquella cárcel, da buena cuenta de la influencia que tienen las
circunstancias y el medio al que somos arrojados en nuestra conducta. Revela de
manera brillante cómo el grupo condiciona y manipula nuestro comportamiento
hasta límites impensables. Explica muy claramente cómo la actitud de los demás
trastorna nuestra libertad de elección como individuos, dando lugar al
hombre-masa. Por otro lado, arremete
duramente contra la moral de los valores universales, aquella que oprime al
hombre y lo conduce por un camino del que no puede escapar. Satiriza este
código moral burgués cuando representa la paradoja de los invitados que no
pueden pedir irse para no ser descorteses con los dueños y los dueños que no
pueden sugerir a los invitados la posibilidad de clausurar la velada para no
ser descorteses con estos últimos. Este código de conducta tiene una influencia
tan grande que, en los días siguientes, ninguno de ellos es capaz de tomar la
iniciativa para salir de allí aun estando en unas condiciones de
desabastecimiento terribles.
Eso sí, el clímax del
surrealismo no se alcanza hasta la escena en que los que se encuentran fuera de
la casa no son capaces de entrar para sacar y poner a salvo de su delirio a los
de dentro. Es como si se hubieran contagiado de la hipocondría y la paranoia de
la que estos últimos son presa. Consigue reflejar, aunque manera un tanto
difusa, el absurdo de que están compuestas las almas humanas.
Mientras tanto, en el
interior de la mansión, la moral y la buena conducta han cedido en virtud de
los instintos primarios. La situación, tanto física como anímica, se ha vuelto
completamente desesperada, cosa que ha tirado por tierra el comportamiento
civilizado del que aquellos hombres presumían antes del evento. Calumnias,
acusaciones gratuitas, peleas, nula cooperación, intentos de homicidio… Todo
esto demuestra notoriamente que la moral, al ser algo creado por los humanos y
parte del trasunto ideológico de nuestra época, solo llega hasta cierto punto;
y que, cuando nos encontramos en severas dificultades y el entorno se vuelve
hostil, no tiene rango de acción y está obligada a dejar paso a los instintos
animales adulterados por la máxima de competencia que rige nuestras vidas. Las
máscaras caen para mostrar al ser humano tal y como ha sido fabricado por
nuestra sociedad.
Para finalizar,
sorprende gratamente el hecho de que, poco tiempo después de que los invitados
consigan salir de su prisión, se produce una situación análoga en una iglesia:
ni los curas ni los fieles pueden salir de ella después de la misa. Así, con
este ingenioso final, el autor consigue cerrar su círculo vicioso surrealista
del que ninguno de sus personajes puede escapar.
Juan Ventosa
Pereda. 1º A.
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