No han
pasado ni 24 horas desde que Donald Trump, el multimillonario magnate inmobiliario
estadounidense, ha sido proclamado como ganador de las elecciones
presidenciales celebradas en los EEUU, y las reacciones provenientes de todo el
mundo no paran de llegar.
No creo
que nadie pensase hace unos pocos meses que semejante persona, a la cual hemos
ido conociendo en su faceta más polémica y provocadora durante la pasada
campaña electoral, tuviera la más mínima posibilidad de llegar a la Casa
Blanca, insigne residencia de tan importantes personas como John F. Kennedy, Abraham
Lincoln o Barack Obama, y en la que se han tomado algunas de las decisiones más
importantes de las últimas décadas.
Pero la
culpa de que una persona de tan baja talla moral, ética y política haya
alcanzado la victoria electoral no recae solamente en el Partido Republicano,
que le eligió como candidato presidencial con una holgada mayoría, sino también
en el Partido Demócrata, que no supo elegir correctamente a su propio
candidato. Con ello quiero decir que Hillary Clinton no era quien debería haber
sido elegida para liderar tal responsabilidad, pero, a mi juicio, el establishment le debía más de un favor,
y justo eso, es lo que la ha llevado a la perdición política y al final del
Clan Clinton.
Pero no
vayamos a creer que el fenómeno provocado por Donald Trump es un caso aislado
que habrá que aguantar 4 años hasta que se le pueda dar por olvidado. Trump es
el inicio de una tendencia política hacia la derecha más radical. El recién
elegido Comandante en Jefe de los EEUU no es el primer político que en los
últimos meses o años ha triunfado con un discurso cuando menos intolerante,
xenófobo y extremista. Rodrigo Duterte podría ser el ejemplo más extremo de
este nuevo tipo de políticos que, con mucha puesta en escena, una cantidad
abrumadora de propuestas populistas y una gran crisis económica, han llegado al
poder.
Ni tan
siquiera Europa, remanso de paz, libertad y democracia en todo su conjunto
(excepto Bielorrusia con Aleksandr Lukashenko) se mantiene ajena de los
movimientos políticos no tradicionales. Desde Alemania con Alternativa para
Alemania, hasta Francia con el Frente Nacional, sin olvidar la Liga Norte
italiana y el griego Amanecer Dorado. Europa también ha sufrido, como nadie se
atreve a negar, una gran crisis, la más fuerte en casi un siglo. La gente está
cansada, harta, desencantada, aburrida y asqueada con aquellos que no supieron
predecir la crisis, y que ahora nos intentan vender la fórmula mágica que nos
permita salir de ella. De esto se alimentan estos partidos y, a pesar de
que generan todavía un importante rechazo social, no es descartable que
a medio o incluso corto plazo puedan llegar a la cima de lo que previsiblemente
será su apogeo. Aún quedan unos años para ello, por lo que no estará de más que
nos vayamos acostumbrando a más “Trumps”,
porque sin lugar a dudas, los habrá.
Otra vez,
como ha pasado durante décadas, o si no siglos, la sociedad busca refugio en
los malos momentos en proyectos políticos nada ortodoxos. Los mismos
movimientos políticos, tal vez más moderados, tal vez solo con siglas
cambiadas, que nos llevaron a un sinfín de guerras y conflictos mundiales son
los que ahora se presentan como salvadores de una sociedad en decadencia. La
humanidad muestra constantemente que no es capaz de aprender del pasado,
tropezando una y otra vez en la misma piedra.
Ninguna
duda cabe de que estamos en una encrucijada histórica: con nuestros votos podemos decidir si
queremos gobiernos respetuosos con la libertad, la democracia y los Derechos
Humanos, o si optamos por alternativas extravagantes que nos conduzcan, como en
el caso de EEUU, al borde del abismo.
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