miércoles, 11 de febrero de 2015

"Civismo" se escribo con uve de "vial"


Todavía recuerdo las primeras impresiones que suscitó en mí esta ciudad la primera vez que llegué a ella: el mar que parecía no agotarse, extenderse de forma infinita; los espacios abiertos y la luz; la meteorología inestable y caprichosa, y el viento peleón. Con el tiempo -y este no es un descubrimiento nuevo- he aprendido que los estereotipos, que las generalizaciones, son absurdas, y, aunque en el sur hay muchas sobre las gentes del norte, tantas como las que en el norte hay sobre los que habitamos el sur, no se sustentan sobre la realidad, son volutas de humos que se deshacen si concentras, si fijas tu mirada en ellas. Acaso en el sur sonriamos más, acaso en el norte sean menos propensos a la dispersión... En realidad son caracterizaciones que se desmontan fácilmente tan pronto como te concentras en conocer algo mejor a las personas, sin reducirlas a la expresión del ideario colectivo.

La única cosa que sigue impactándome es el poco respeto que algunos conductores manifiestan hacia los pasos de peatones en esta ciudad. Hace unos días me tropecé de camino a casa andando con unos alumnos que peleaban en broma y que me acompañaron durante una parte del trayecto. Cuando uno de ellos, menos prudente, fue a cruzar por un paso la calzada, el coche que venía a cierta distancia aceleró, tocó el claxon para indicarle que como peatón le estorbaba e invadió parte del sentido contrario para evitarlo. En esos momentos se te viene esa palabra: civismo, que en su semántica encierra mucho más que la educación políticamente correcto; encierra el reconocimiento tácito de que, para que un orden funcione, es imprescindible que todos los miembros de una comunidad se respeten mutuamente. Pienso en la falta de civismo que los conductores manifestamos cuando observo a mis alumnos cruzar con miedo la calle del instituto, o cuando alguno te llega a hablar incluso de atropellos en ese punto; pienso en la falta de civismo cuando, secos y cómodos en el interior de nuestros vehículos, aceleramos el ritmo de la circulación los días de lluvia en que ves a los peatones agitándose frenéticos bajo el paraguas, calados hasta la médula. 

Cuando llegué a Cantabria, para evidenciar las diferencias, recuerdo que inicié en Twitter un "manual para cantabrizarse", fórmula con la que arranqué algunos tuits. Y uno siempre será: "manual para cantabrizarse número 2.342: jugarse la vida en cada cruce al atravesar un paso de peatones". Confío, deseo, aspiro a pensar que si algo sirve la educación que estoy transmitiéndoles a mis alumnos es para que el día de mañana sean capaces, no ya de reconocer un complemento predicativo desempeñado por un sintagma preposicional, sino de comportarse cívicamente en una sociedad arrolladora.

QUIQUE CASTILLO AGUILERA
PROFESOR DE LENGUA

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