miércoles, 11 de febrero de 2015

Mujer sirena


Se había acurrucado en el suelo de aquella oscura y húmeda habitación. Se sentó con las piernas dobladas, apretando con sus brazos las rodillas contra el pecho. Había apoyado la frente sobre ellas, ocultando su rostro abatido. Las greñas de su pelo hosco, alborotado, caían anárquicas sobre sus hombros y piernas.

Siempre se sentaba así cuando sentía que le abandonaban las fuerzas y las ganas de seguir. Él, cuando la encontraba en esa postura, se acercaba a abrazarla, y la animaba a erguirse mientras le decía con ternura: “Anda ven conmigo, que pareces un conejo matado a escobazos”.

Levantó los ojos con cautela. Echó una lenta mirada a los cuatro rincones de la estancia. Notaba una oleada de tristeza pegajosa e inútil que tejía telarañas en sus entrañas. Suspiró con fuerza…no quería dejarse llevar por el dolor, no. Comenzó a sentir los dedos de sus pies fríos y se los miró. Los movió con fuerza, estiró los calcetines, frotó fuertemente con las palmas huecas de las manos intentando evitar lo que intuía iba a llegar: ya el agua iba ascendiendo por el interior de sus tobillos, llegaba a sus muslos, las piernas pesaban como gruesas columnas de mármol.

Tenía miedo, mucho miedo, pero no deseaba luchar contra lo inabarcable. Sabía que se iban encharcando sus pulmones, oía el sonido de la marea que iba inundando sus venas, sus arterias, todos sus órganos internos. El corazón apenas opuso resistencia: un leve crepitar, un bombeo más fuerte y la sumisión total: acompasado, amortiguado por el agua, el sonido era más lejano, como si procediera de una remota gruta subterránea.

Intentó abrir la boca para coger aire. Ya no pudo hacerlo. Gruesas gotas escapaban por las comisuras de unos labios herméticamente cerrados.

Le dio tiempo a lanzar una última mirada a su cuerpo antes de que las lágrimas desbordasen para siempre las cuencas de unos ojos que refulgían en un verde oscuro, temporal en el Cantábrico. No le cupo la menor duda: ya no pudo encontrar sus manos, sus pies, su pecho desnudo. Toda ella, envuelta en brillantes escamas de plata, dio un enérgico aleteo a su cola…y comenzó a nadar.


MAR
(madre de una alumna del centro)

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