jueves, 16 de febrero de 2017

Carta ganadora del Segundo Premio en el Concurso de Cartas de Amor (Amaya Álvarez, 4º ESO B)

El lazo que nos unía ya se había creado hacía unos meses, pero el día en que cruzaste tus atezados ojos con los míos y me resguardaste entre tus brazos del frío de diciembre supe que no te podría olvidar nunca.
Era la niña de tus ojos, la causante de tus risas y también de algún que otro enfado.
La primavera a tu lado estaba llena de campos verdes, de tulipanes, de trinos de pájaros y del inconfundible aroma que desprendían las setas recién cortadas.
Sin darnos cuenta llegaba el color amarillo a los campos y era época de viajar. Me acuerdo de Croacia, del calor que hacía en el coche cuando dejaste la calefacción encendida y del frío que sentía cuando me empapabas con las gélidas aguas de las fuentes. La feria nos encantaba, sigo guardando el peluche por el que peleaste contra una diana durante toda una cálida tarde de verano.
Y de repente los bosques se tornaban rojos y  los árboles regalaban sus frutos a los animales del suelo al son de las abubillas. Pero tú preferías coger las castañas y las nueces de lo alto.  Me regalaste innumerables carcajadas cuando te subías al tronco y zarandeabas sus ramas, precipitando los frutos encima de mi cabeza.
En invierno nos refugiábamos en la casa de piedra que levantaste con tus brazos. Disfrutábamos viendo nevar desde la ventana de la cocina, al lado del horno de leña,  mientras comías las castañas que asábamos en él.
Solíamos ir a esquiar a primera hora para poder estrenar las pistas. Me viene a la cabeza el crujido que hacían nuestros esquís con la nieve, ninguna orquesta podrá transmitir la sensación de libertad que nos daba ese sonido.
Solo quiero recordar las partes buenas que tuvieron estos  cortos  pero aun así intensos años que compartimos juntos, aunque jamás podré olvidar aquel  siete de noviembre cuando el cáncer acabó con tus sueños. Te quedaban demasiadas historias, consejos y enseñanzas en el tintero.
Ahora estoy sentada debajo de tu nogal, donde quisiste descansar para siempre. Querías ver cómo tu árbol formaba sus frutos en verano, cómo caían sus hojas en otoño, cómo en invierno se teñía de blanco y en primavera deseabas volver a nacer con su verde espesura. Me despedí de ti como tú me conociste, papá, resguardando la urna donde yacías con mis brazos y sabiendo que no te iba a olvidar nunca.


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