Esta historia empezó un día cualquiera,
en una casa de Santander, cuando mi abuelo Antonio tenía 18 años. Hay veces en
las que te obligan a hacer algo que tú sientes que no quieres hacer. Eso es lo
que le pasó a mi abuelo.
En los tiempos de Franco se obligaba a
los chicos de 18 años a dejar dos años de estudiar o trabajar para dedicarse al
Servicio Militar Obligatorio. En esos dos años te obligaban a estar lejos de tu
casa y a aprender a ser un soldado en caso de guerra. Pero mi abuelo no quería
hacer nada relacionado con la violencia. Así que, armándose de valor, fue donde
su padre (que era militar) y le dijo: "Padre, yo no quiero ir al servicio
militar”. Y su padre, después de pensarlo mucho,
aceptó, pero con la condición de que trabajara muy duro a cambio, porque en esa
época se pensaba que si no se hacía el Servicio Militar un chico no se
“convertía en un hombre”.
Mi abuelo, emocionado, le prometió que
iría a trabajar como obrero a los pozos de petróleo del desierto del Sáhara.
Así que allí estuvo durante dos años, trabajando muy duro, pero contento por no
traicionar sus principios. Cuando terminó de cumplir su promesa, volvió a
Santander y conoció a mi abuela. Se casaron y más tarde tuvieron a mis tíos y a
mi madre, y después llegué yo.
Qué bonito Sofía, ¡enhorabuena!
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