miércoles, 25 de febrero de 2015

Reflexiones

11 de abril de 2013. Ocurrió en Gijón. Carla Díaz, una chica de 14 años recorrió el paseo de la playa de San Lorenzo y se tiró al mar desde el acantilado La Providencia, tras dos años de sufrir acoso escolar y no recibir ningún tipo de apoyo del profesorado ni de ninguna de sus  compañeras en el  centro donde cursaba 2º de la ESO.

Tras muchos meses de lucha por parte de su madre, Monserrat, dos de las menores implicadas en el acoso a su hija Carla, han sido condenadas a 4 meses de trabajos sociales. Otra de las menores implicada y no condenada fue sacada del centro por sus padres sólo unos días después del suicidio de Carla.

Resumiendo mucho,  ésta es la noticia que me lleva a preguntarme qué estamos haciendo mal nosotros los padres y sí, digo bien, padres y después la administración para que algunos de nuestros “adorados” hijos se conviertan en semejantes monstruos capaces de conseguir que la vida de una adolescente de 14 años le haya dejado de merecer la pena. Y lo digo no sólo por este caso en el que desafortunadamente la niña ya no vive, sino por todos los casos que voy conociendo (tengo una amiga a la que la ocurre con su hija) y en los que finalmente la solución inevitable es que el acosado se vaya del centro donde estudia cuando lo sensato y lo justo sería que dichos “monstruos”, ellos, desapareciesen del sistema educativo o  en su defecto se condenase a sus propios padres a convivir con estos las 24 horas del día en una isla desierta.

¿Por qué tendemos siempre a confiar en el comportamiento de nuestros hijos cuando no están bajo nuestra tutela aunque haya muchas veces evidencias de que han participado en determinadas cosas? ¿Tan difícil nos resulta ponernos en la piel de un adolescente que está condicionado por el entorno en el que se relaciona y que es el sentimiento de pertenencia al grupo lo que determina en estos casos sus acciones? Yo no soy educadora ni psicóloga pero soy madre de tres hijos y nunca pondría la mano en el fuego por ellos al 100%, y no porque no los quiera sino porque cuando no les veo estoy segura de que hacen cosas que delante de mí jamás harían.

Creo que los centros se ven desbordados muchas veces por la multitud de problemas con la que se enfrentan en el día a día. No solo desde la Administración se les imponen criterios educativos difíciles de poner en práctica y además cambiantes cada cierto tiempo, sino que estadísticamente  tampoco les interesa tener  este tipo de porcentajes de críos a los que no se puede o quiere manejar y que desprestigian  al centro al que pertenecen y al sistema educativo porque no sabe cómo abordar este problema.


Estamos consiguiendo que nuestros hijos sean educados para triunfar en idiomas, estudios, deportes, tecnologías…,  pero no que tengan empatía hacia el prójimo.  Incluso les incitamos a que miren para otro lado no vaya a ser que algo de lo que les ocurre a los demás les salpique a ellos también. Las desgracias siempre es mejor que las sufran los de al lado. En vez de velar por la colectividad  (no dejamos de ser organismos que necesitan estar integrados dentro de una manada) nos preocupamos de desarrollar individualidades. No está mal, pero pienso que ambas cosas son posibles y favorecer las relaciones sociales con respeto al diferente nunca irá en detrimento de su educación sino que la enriquecerá.

S. SS.
(madre de un alumno del centro)

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