jueves, 3 de diciembre de 2015

Eccedentesia


Te marchas en el barco de las huidas, tal cual te trajo Dios a este mundo, cubierta por la marea de neblina calurosa que acaricia tus senos como la mano de la ternura con la que nunca fueron tratados. Con tus pies fríos en el extremo de la bañera, dignos retintineantes de vida antaño, carentes de vida y estriados ahora se sumen en las aguas de la desfachatez que te baña en un desliz de tiempo prolongado hasta la muerte de mis pulmones faltos de aire.

Y rompe el silencio de funeral mi entrada descoordinada, con sudores fríos batiéndose con el vapor de la sala, mis ojos de noche oscura brillan en aguas y mis pies que dejan de ser míos en espasmos de vida me acercan al nido de tu alma del que quieres echar a volar en un batir de alas precoz, te rozan mis llagas crudas tu piel de porcelana y entre besos y gritos y desistires de sacudidas me abraza el calor de tu silencio en vapor de agua e injusticia.


Con la compañía de los goteos de tu alma joven y demacrada se hacen paso mis lágrimas a taparme la vista y evitar mirarte el angelical rostro que ahora blanco como un lienzo vacío yace a un lado de tu lecho de muerte, y entre golpes de pared y cabezazos momentáneos escucho tu aliento frío abandonar tu cuerpo y en ese resquicio de oro y vida los rayos de sol atraviesan las cortinas para darme un destello de verde en tus ojos entreabiertos.

Y con el paso del tiempo, el vapor se hace noche de niebla y sombra, con mi carne abierta y la hendidura sangrante en la que entre combulsiones de muerte pido y ruego a la nada, pido y ruego perdón, y pido y ruego que allá donde vaya, estés tú, alma de ángel sin alas.

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