lunes, 18 de abril de 2016

Futfans


Artículo elaborado por FRAN MATORRAS
(@fran_mato00 en Twitter), alumno de 4.º ESO A

El fútbol, ese deporte conocido por todos y amado por muchos. Todo el mundo ha chutado alguna vez un balón o ha visto un partido, ya sea el de su hermano mayor o el del combinado nacional. Pero lo que quiero abordar en este artículo no es el deporte, es algo que a mi entender es mucho más importante, los aficionados.

Existen muchos tipos de aficionados de este deporte, desde los que ven solo partidos importantes como la final del mundial o de la UCL, sin importarles demasiado; aquellos que siguen más o menos a un cierto equipo, que se alegran de sus victorias y sus títulos; y ese grupo de personas que ve todos los partidos, se compra la camiseta cada año, conoce a todos los jugadores con todo detalle y llora y/o se enfada amargamente cuando pierde. Es este último grupo el que quiero analizar.

Desde mi punto de vista no está mal apoyar a un cierto equipo, pues todos tenemos nuestros gustos y preferencias, y podemos opinar que un club es mejor o peor, pues ser “mejor” es un concepto muy relativo. Pero ¿nunca habéis comenzado a hablar sobre un jugador, o un equipo, criticándolo, y vuestro interlocutor os ha respondido poco menos que ladrando? Esas personas pertenecen al último grupo y se toman el club en cuestión como parte de ellos o de su familia, por lo que un insulto hacia este es, para ellos, un insulto hacia su persona y todo lo que ello conlleva. Por eso en ciertas ocasiones puedes criticar a un jugador, ya sea porque ha cometido un error, que si se lo dices a la persona adecuada puede que acabe insultándote a ti, o incluso algo peor.

Una cosa que me hace mucha gracia de muchos de estos “fans” es que cuando su equipo pierde nunca es culpa suya, siempre es cosa del árbitro, del campo o que tenían los astros en contra. Y, si hay un seguidor del equipo contrario, que opina que la victoria ha sido justa, ya puede tener medio cerebro y falta de ganas de discutir que sino se puede armar una buena.

Pero a ver, yo puedo entender que si tú eres uno de los jugadores y pierdes el partido te enfades, o te desilusiones, pero ¿de verdad va a cambiar tu vida porque unas personas que ni siquiera conoces hayan conseguido pasar una pelota por una línea menos veces que otros? Bueno, en el supuesto de que hayas hecho algún tipo de apuesta puedo entenderlo, pero en ese caso tu enfado no debería ser contra el partido en sí, sino contra ti por realizar dicha apuesta, igual que alguien cuyas acciones bajan una barbaridad no va a pegar al presidente de la empresa.

Aunque, al fin y al cabo, tampoco es algo tan horrible disgustarse por un partido y jactarse de ello o dejar constancia en redes sociales; lo digo en parte porque yo personalmente solía hacer esto último. El verdadero problema radica en los hooligans. Este anglicismo se refiere a aquellos hinchas que llevan su preferencia por un equipo hasta el extremo, convirtiéndose esta en uno de sus signos de identidad más importantes, y queriendo defenderlo siempre, con violencia física en muchas ocasiones.

Porque ¿quién no ha oído hablar del Caso Jimmy? Ese joven fallecido durante una pelea entre ultras del Atlético de Madrid y el Deportivo de la Coruña. Por desgracia, este no es el único caso. Sí es verdad que en España en la actualidad no mueren muchas personas por esto, pero no por ello las peleas son peores. Cada vez que obtengo noticias de uno de estos conflictos me pregunto: ¿qué ganan con eso? ¿Ha cambiado el resultado del partido? ¿Ha producido algún bien a cualquiera de los involucrados? Y, siempre, la respuesta es no.


Creo que he de concretar que no estoy para nada en contra de apoyar a un equipo y disfrutar viéndolo jugar, sino que no tiene sentido justificar violencia con el fútbol. Porque yo mismo veo un gran número de partidos y me disgusto o me alegro debido a los resultados pero no pasa de ahí. No salgo a la calle a discutir, ni le pego un puñetazo al primero que entra en clase celebrando la victoria del otro equipo. Simplemente, trato de disfrutar de un deporte a mi entender bonito, aunque ahora hay que admitir que, muy a mi pesar, se está convirtiendo en un negocio.

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