Primer Premio: Relato de Nuria
San José (3º ESO C)
SIN
BALAS LAS ARMAS NO HABLAN
14
de agosto de 1980
Lentamente me desenfundó. Paso sus frías
y ásperas manos por mi cuerpo. Introdujo todas las balas hasta llenar mi
cargador, y con un suave y seco movimiento estas se desplazaron hacia arriba.
Sus dedos no temblaban. Parecía tener todo estrictamente planeado. El tubo con
el silenciador se deslizó con soltura por mi cañón roscado. Con delicadeza
introdujo el índice en el gatillo. La chispa desencadenante ascendió hasta
alcanzar la pólvora. Silencio. Solo se oía una respiración indiferente y un
suspiro en forma de agonía de esa persona cuya vida acababa de ser arrebatada
por uno de mis proyectiles. El silencio fue interrumpido nuevamente por el
ligero sonido del casquillo estrellándose contra el gélido suelo.
8 de diciembre del 1980
Era la madrugada de una jornada que
supuestamente iba a ser tranquila. Un día normal, como otro cualquiera.
Mientras todos dormían, yo yacía en mitad de aquella carretera desierta y
abandonada, mientras sentía como las gélidas gotas de lluvia patinaban sobre el
acero.
Una luz que venía de lejos hizo que
deslumbrara en la profunda oscuridad, y el sonido de un motor me indicó que un
coche se acercaba a gran velocidad, pero inesperadamente, frenó con un gran
ruido ensordecedor.
Bajó del coche un hombre, de mediana
edad y con el pelo engominado y brillante. Se podía apreciar su expresión
facial de preocupación a pesar de la escasa iluminación. Comprobando que nadie
la observase, se agachó y me recogió del suelo con extremada suavidad. Se metió
de nuevo en el vehículo que tenía un peculiar olor a vainilla, y me introdujo
en la guantera delicadamente, como si de un tesoro se tratase.
Cuando finalmente me sacó de aquel
minúsculo espacio, estaba en la habitación de un hotel, pero rápidamente fui
transportada, bajo la chaqueta del mismo hombre, al exterior de aquel imponente
edificio.
Allí cometí otro asesinato, una vez más
sin consciencia de ello.
Apresuradamente me sacaron de mi
escondite, y en unas décimas de segundo, el proyectil alcanzó el pecho de un
hombre, seguido de otros cuatro disparos más que se apoderaron del alma de ese
pobre e inocente chico.
No me quedaba ni una sola bala. Mi
cargador estaba completamente vacío. En medio de aquel tiroteo, fui tirada al
suelo cual una simple piedra. Y yo valgo más que una piedra. No tengo el poder,
pero si la habilidad, de arrebatar existencias, de arrebatar vidas, con el
simple hecho de que alguien me dispare. Pero tengo que ser accionada, necesito
que alguien sea responsable de mis descargas.
No tengo el poder de decidir el destino
de una persona, sino que soy utilizada, la mayoría de las veces sin razón ni
motivo, para ejecutar a personas que no han hecho nada para merecer la pérdida
de su inocente espíritu. Yo obedezco órdenes, porque no me ha sido atribuida la
destreza de poder realizar acciones por mi propio juicio. En efecto, no es la
bala quien mata, sino quien aprieta el gatillo.
3 de febrero de 1987
Descorrió con tranquilidad la sedosa
cortina para que la luz de la luna inundara el cuarto, y desde allí, divisó a
su próxima víctima. Haciendo chirriar las maderas del suelo antiguo para
dirigirse a la calle. Su pulso acelerado era casi tan perceptible con el
susurro del viento en una noche de verano. No podía hacer ningún movimiento en
falso ni levantar sospechas, y eso le alteraba. “Pum”. Un nombre nuevo saldría
al día siguiente en las noticias, cuando una persona completamente ajena
llamara a emergencias pidiendo a gritos una ambulancia.
Y bien. Años más tarde, estoy encerrada
entre unas impolutas vitrinas de cristal con sensores de movimiento, guardias
de seguridad en la sala y cientos de personas que pasan al día a hacerse fotos
conmigo.
Parece ser, según pone en el panel que
está expuesto a mi lado, que fui yo el arma con el que asesinaron a la famosa
Dorothy Stratten, una modelo de prestigio en el verano de 1980.
Aquella tarde de diciembre, murió a mi
cuenta nada más y nada menos que a John Lennon.
En la masacre de Florida en el 86
también estuve presente y actuando y provoqué la muerte de dieciséis personas
inocentes, y por desgracia también, una de mis balas quitó la vida a Donal
Aronow, un increíble diseñador de barcos americano del 87.
Es triste pensar que me echen a mí la
culpa de la pérdida de estas personas. Que me estén visitando en un museo
cuando no debería ser nada a lo que alabar. En cambio, debería haber una
evolución en el mundo de las armas. Porque una simple pistola como yo no puede
accionar una bala, porque son las personas quienes desencadenan las desgracias.
Porque no soy yo quien debe ser menos peligrosa, ni los inocentes que son
disparado más precavidos. Son los individuos que aprietan el gatillo los que
tienen que aprender a parar un segundo el tiempo y pensar, porque ese segundo que
ellos no paran, puede hacer parar el tiempo eternamente de otras personas.
Porque una bala puede cambiar o hacer, pero jamás traerá la paz a quienes la
disparan.
Segundo Premio: Relato de
Marta Abián (3º ESO C)
LAS
AVENTURAS DE TAKERU
Mi nombre es Takeru y os voy a
contar mi emocionante y trágica aventura donde conocí a algunos de mis amigos.
Yo vivía en una casa de madera,
cerca de una cueva enorme donde trabajaban mi padre y mi hermano. Mi madre, murió
nada más nacer yo.
En la aldea nadie tenía mucho
dinero, ya que a menudo pasaban unos saqueadores que robaban a los mineros las
joyas preciosas que encontraban. Esos mineros eran un grupo de padres e hijos incluida
mi familia. Esas joyas iban destinadas a la mismísima reina de Gaara llamada Sakura,
que adoraba el lujo.
A veces, había unas elecciones
para nombrar al jefe de la aldea, que casualmente siempre fallecía
misteriosamente. Pensaban que era una maldición de los dioses.
El tercer día del año 1221 de
la segunda era, los representantes de la aldea nombraron a mi padre jefe de la
aldea en contra de su voluntad. Mi padre era un nefasto gobernante, así que
buscó un consejero y la única persona que encontró, fue una mujer joven la cual
servía a un único dios, el dios del cielo llamado Sky. Ella, en los ratos
libres, se iba a un descampado a las afueras de la aldea para hablar con su
dios.
Poco a poco, la aldea fue
enriqueciéndose gracias a mi padre, pero esto tuvo consecuencias ya que la
reina Sakura no obtenía todas las joyas que quería, provocando represalias contra
los mineros. Envió a cien soldados a luchar, triplicándonos en número y armas.
Yo nunca confié en la joven bruja, pero mi padre sí. Para colmo estaba
enamorado de ella. La bruja dijo que sabía cómo ganar esa guerra ya que había
estado hablando con Sky. Solo había que derramar una vida, una única vida, la
de mi hermano mayor. Tendría que ser sacrificado en el río que pasaba por la
aldea, el día 203 de ese año. Mi padre, desesperado, asintió al trato que había
propuesto la malvada bruja.
Días después del sacrificio de
mi pobre hermano, llegó un aviso de Gaara para que nos rindiésemos o
abandonásemos la aldea de inmediato. Mi padre, confiando en el sacrificio que
hizo unos días atrás, no quiso rendirse, ya que no quería que su hijo muriera
en vano. Así comenzó mi aventura, sin madre, sin hermano y con un padre loco y
despiadado gracias a esa maldita bruja embustera que se llevó el alma de mi
hermano. Yo estaba aterrado del cambio
de mi padre. Sin otra opción, decidí escapar y emprender un largo viaje y lleno
de aventuras en las que conocí a Hikari y Taichí.
Solo pasaron un par de años de
la segunda era, cuando anunciaron que la antigua aldea, tras ganar la guerra,
se había convertido en Termari, una de las ciudades más bellas de toda Gaara. Estaba
gobernada por mi padre que se había convertido en un tirano, acompañado de la
joven y bella bruja.
Al enterarse de que me encontraba
en la ciudad, mandó a cincuenta hombres a buscarme, pero nunca me encontraron
ya que mi aspecto era completamente distinto y me había hecho llamar Takeru.
Estaba muerto de hambre, así
que fui de mercadillo en mercadillo para ver si podía obtener algo para comer.
Al día siguiente encontré a una niña bajita, de pelo largo y muy espabilada. Estaba
tirada en el suelo y parecía que la habían dado una paliza, y así era, todos
sus amigos se metían con ella porque era pequeña. Fui corriendo a ayudarla, me
acordé que tenía un trozo de pan en la mochila y se lo entregué. Me dio las
gracias y me dijo su nombre, se llamaba Hikari.
Viajamos juntos durante un año
y cuando Hikari y yo estábamos buscando algún sitio para refugiarnos, nos
encontramos a Taichi en una casa abandonada. Menos mal que el destino hizo que
nos conociera, porque no hacía más cosas que meter la pata en todo y ser
problemático. Taichi era una chica peculiar con su bata y con su gorro de
científico. En ese momento, estaba trabajando en un invento. Hikari y yo nos
paramos delante de él para ver lo que estaba haciendo y se presentó en ese
momento como el científico Taichi y nos explicó lo que estaba haciendo. Cuando
nos lo estaba explicando, Hikari vio que salía mucho humo de su experimento, pero
no nos hizo casi, él lo veía como una cosa normal.
Nos fuimos a inspeccionar el
resto de la casa cuando de repente oímos un alarido desgarrador, regresamos
rápidamente y vimos que procedía de Taichi, su experimento había explotado y estaba
rodeado de fuego. Le rescaté como pude y salimos rápidamente de la vieja casa.
Pese a encontrarse a salvo, Taichí se mostraba muy nervioso, así que le
pregunté por qué estaba así, y me respondió que había perdido su gorro, por lo
visto era algo muy especial para él. Para animarle le dije que sin gorro tenía
más aspecto de científico. Me dio las gracias, pero nada convencido.
Horas antes Hikari y yo
habíamos visto otro refugio, así que le invitamos a venir con nosotros. Cuando
llegamos Taichi y yo nos pusimos a hacer un fuego para calentarnos, pero al
rato nos dimos cuenta que Hikari no estaba allí, solo estaba el trozo de pan
que estaba comiendo. La buscamos por toda la casa y por los alrededores, pero
no encontramos ni rastro de ella. Esa fue la última vez que vi a la pobre
Hikari viva. Recuerdo que esa noche no pude dormir nada, estaba preocupado por
Hikari, al fin y al cabo, ella era como mi hermana pequeña.
A la mañana siguiente vinieron
unos hombres al refugio y nos preguntaron si conocíamos a una niña pequeña con
el pelo muy largo. En seguida respondí que la conocía, pero me dijeron que la
encontraron por la noche muerta en el estanque a unos metros de allí.
Inmediatamente se fueron y yo empecé a llorar.
Estuve un buen rato recordándola,
pero teníamos que irnos de allí porque podía ser peligroso. Decidí continuar
con Taichi que era la única persona en la que confiaba en aquel momento.
Y años después, niños, me
encuentro en esta clase con vosotros.
Adrián: Profe Takeru.
Takeru: ¿Qué pasa Adrián?
Adrián: ¿Por qué nos cuentas eso?
Carla: Es verdad.
Margarita: Pues yo no he entendido nada de lo que has
dicho.
Daniel: Pues que sepáis que yo lo he entendido
a la perfección.
Takeru: Muy bien Dani. ¡Chicos! Atención,
apuntad en vuestros cuadernos una nueva palabra: Perseverancia. Y acordaos de que
se escribe con “v”.
Matias: ¡Vale, profe!
Daniel: Yo no la apunto porque ya la conocía.
Takeru: ¿Alguien puede decirme lo que significa
“perseverancia”?
¿Nadie?
La
perseverancia es un esfuerzo continuo, supone alcanzar lo que se propone y
buscar soluciones a las dificultades que puedan surgir.
Bien, chicos, es la hora. Continuaremos el lunes. Buen fin de semana y aprovechad
para hacer aquello que os guste.
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