"La carta que nunca te escribí"
Te imagino cuando abres el buzón. Coges la carta y la
observas. Le das la vuelta y te extraña el remitente. Te pasas la mano por el
cuello, como siempre haces cuando algo te sorprende. Subes las escaleras
corriendo. La curiosidad te mata, pero no abres la carta hasta llegar a casa.
Una vez dentro, te sientas en el suelo. Porque, aunque lo niegues, sé que
sigues haciéndolo. Abres el sobre y lo rompes sin poder evitarlo. Siempre me ha
encantado tu impaciencia, tu ímpetu, tus ansias de saberlo todo al instante.
Otra
vez la mano en el cuello.
No
te lo esperas. Lo sé. Piensas que siempre he sido sincero, que lo sabes todo
sobre mí. Lo comprendo. Porque, después de tantos años, ¿cómo no pensarlo? Y,
en cambio, te he ocultado el más grande de los secretos:
Mi
amor por ti.
Sé
que ahora, al haber llegado a este punto de la carta y haber comprendido mis
intenciones al escribirla, estás inquieta. Aunque nunca lo reconozcas, te
alteras cuando algo se sale de tus planes. Me acuerdo de que, cuando te conocí,
admiré la capacidad que tenías de ocultar tus sentimientos. Nunca te ponías
nerviosa. Siempre tenías todo controlado. Estabas tan segura de ti misma,
dispuesta a darlo todo.
Pero,
con el tiempo, me di cuenta de que sí manifestabas tu estado de ánimo.
Simplemente lo hacías de una forma diferente a los demás. Eres en apariencia
imperturbable. Sin embargo, si uno se fija bien, puede apreciar pequeños tics
nerviosos, casi imperceptibles. Empiezas tocándote suavemente la mano. Después,
te frotas los ojos y, salvo cuando el zapato es demasiado apretado, encoges
sutilmente los dedos de los pies. Contrarrestas estos pequeños detalles con una
sonrisa amplia, que engaña a cualquiera.
Pero
nunca a mí.
Aunque
quizás te cueste creerlo, no es la primera vez que intento confesarte lo que
siento por ti. Hace años, justo antes de que te prometieras, pensé en
escribirte una carta parecida a ésta. Pero nunca llegué a hacerlo. Hoy todavía
me pregunto qué habría pasado si la hubiera escrito. Quizás nuestra vida
habría sido completamente diferente.
Pero el miedo me paralizó. Miedo a perder
tu amistad. Miedo al rechazo. Miedo a que mi amigo, al que tú considerabas el
hombre de tu vida, se sintiera traicionado. Así que, como un avestruz que
esconde la cabeza bajo tierra, dejé pasar el tiempo.
Siempre
me sentí culpable por desear que os separarais. Pero ese momento nunca llegaba.
Hasta ahora, 25 años después.
La
carta que nunca te escribí hablaba de locuras, de viajes, de aventuras. De todo
lo que quería hacer a tu lado. Estaba llena de pasión, de amor idealizado. En
ella me liberaba por completo, expresaba el torrente de emociones que sentía
cuando te miraba.
La
carta que nunca te escribí hablaba de tus ojos, de tu sonrisa. También de tu
pelo alborotado tras un día de playa. Hablaba de lo mucho que me gustaba tu
habilidad para siempre salirte con la tuya. Tu inconformismo, tu incapacidad
para soportar las injusticias. Tu dominio del debate y el sarcasmo. Y, sobre
todo, tu habilidad para dejar a todo el mundo sin palabras.
La
carta que nunca te escribí hablaba de sueños, de futuro. Te hablaba de viajes a
Australia, de cruceros y de besos frente a la Torre Eiffel. En ella te pedía
que lo dejaras todo. Quería que pasaras cada minuto de tu vida a mi lado.
La
carta que nunca te escribí es la que tienes ahora entre tus manos.
Elena Köhler Ruiz
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