El lazo que nos unía ya se había creado hacía unos meses,
pero el día en que cruzaste tus atezados ojos con los míos y me resguardaste
entre tus brazos del frío de diciembre supe que no te podría olvidar nunca.
Era la niña de tus ojos, la causante
de tus risas y también de algún que otro enfado.
La primavera a tu lado estaba llena de
campos verdes, de tulipanes, de trinos de pájaros y del inconfundible aroma que
desprendían las setas recién cortadas.
Sin darnos cuenta llegaba el color
amarillo a los campos y era época de viajar. Me acuerdo de Croacia, del calor
que hacía en el coche cuando dejaste la calefacción encendida y del frío que sentía
cuando me empapabas con las gélidas aguas de las fuentes. La feria nos encantaba,
sigo guardando el peluche por el que peleaste contra una diana durante toda una
cálida tarde de verano.
Y de repente los bosques se tornaban
rojos y los árboles regalaban sus frutos a los animales del suelo al son
de las abubillas. Pero tú preferías coger las castañas y las nueces de lo
alto. Me regalaste innumerables carcajadas cuando te subías al tronco y
zarandeabas sus ramas, precipitando los frutos encima de mi cabeza.
En invierno nos refugiábamos en la
casa de piedra que levantaste con tus brazos. Disfrutábamos viendo nevar desde
la ventana de la cocina, al lado del horno de leña, mientras comías las
castañas que asábamos en él.
Solíamos ir a esquiar a primera hora para poder
estrenar las pistas. Me viene a la cabeza el crujido que hacían nuestros esquís
con la nieve, ninguna orquesta podrá transmitir la sensación de libertad que
nos daba ese sonido.
Solo quiero recordar las partes buenas
que tuvieron estos cortos pero aun así intensos años que
compartimos juntos, aunque jamás podré olvidar aquel siete de noviembre
cuando el cáncer acabó con tus sueños. Te quedaban demasiadas historias,
consejos y enseñanzas en el tintero.
Ahora estoy sentada debajo de tu
nogal, donde quisiste descansar para siempre. Querías ver cómo tu árbol formaba
sus frutos en verano, cómo caían sus hojas en otoño, cómo en invierno se teñía
de blanco y en primavera deseabas volver a nacer con su verde espesura. Me
despedí de ti como tú me conociste, papá, resguardando la urna donde yacías con
mis brazos y sabiendo que no te iba a olvidar nunca.
Precioso. Te deja sin palabras. Enhorabuena
ResponderEliminar