Reseña de un alumno de 2º de Bachillerato sobre el libro
"A sangre y fuego" de Chaves Nogales
Barbarie, Guerra Civil. Heridas de una pasado cercano.
Podemos
encontrar la barbarie en distintos momentos, y la podemos encontrar de todos
los colores, blanca, y también roja. El levantamiento contra una forma de
gobierno legítimo como fue la ll Republica, dirigida por el bando sublevado en
la Guerra Civil, es el principal argumento de quienes consideran que la mayor
parte de la culpa sobre el conflicto nacional español, además de por supuesto
la inmensa actividad criminal organizada del fascismo español, la tuvieron los
posteriormente franquistas. Y este argumento, tiene peso. Y esto, es barbarie.
Pero hay
otro tipo de barbarie. La barbarie de quienes la padecen en sus entrañas. Una
barbarie donde la incriminación de la culpabilidad se disipa y se hace ambigua.
Es aquí, donde La lucha de los ideales que no se disparan, se lleva a cabo
entre las personas que los defienden y que sí disparan por ellos.
Aquí, en este plano tan singular y humano, lejos por un instante de la guerra y
cerca, muy cerca, del de dos personas que se miran a los ojos antes de quitarse
la vida, es difícil encontrar al verdadero instigador de las llamas de la
discordia. Y además, resulta completamente irrelevante.
En esta barbarie hay seres humanos que matan a otros alimentados por los
escombros de la venganza. No es aquí donde vamos a encontrar al culpable.
Aquí solo podemos cantar y conmemorar a las almas caídas.
Esta es la barbarie que recuerda con el dolor del olvido, que se acuerda de
quien todos han olvidado; de quien nadie llegó a conocer. Esta es la barbarie
de quienes no pudieron. La metralla de la que se despojaban las bombas
cuando estas descendían lenta y
musicalmente para destrozar las historias que nos cuentan los muros, los
árboles, las calles y las personas de una ciudad, se metió los cuerpos y
corazones de las personas. Ni en los nacionales, ni en los republicanos.
No hará
falta ni mencionar pues, que sucesos tan terroríficos despiertan en sus propios
testigos el deseo de narrar y es que, como siempre en la historia, los grandes
relatos lamentablemente han venido precedidos de los grandes desastres. El repertorio de autores contemporáneos que
eligieron relatar el mal nacional es tan extenso como peligrosamente coyunturado.
Pedir a tus manos ardientes que escriban con el corazón de hielo; que olviden
las arrugas y los cortes de la piel; a veces es complicado. Y además, a nadie
le gusta. A nadie le gustaría racionalizar con el poder indiscutible del
universal moral o racional las penurias que uno vivió o dejó de vivir.
Quizás las almas ahogadas, errantes en un mundo donde no encajan, solamente
anhelen desquitarse. Incluso no solo las ahogadas, también las convencidas.
Y así ha sucedido, cuando diversos autores han cultivado este tema de urgencia
que oscila entre la crónica periodística con algún que otro tinte fantástico
(aunque por desgracia, fielmente apoyado en hechos históricos verídicos).
Así, cuando la soberbia doblega a la mesura, y los temblores de la mano que
sujetan la pluma y las lágrimas que caen en el papel relevan a la conciencia, España a hierro y fuego de Alfonso
Carmín; Entre dos fuegos de Antonio
Sánchez; Conspiración contra la república
de Francisco Olaya, entre otros.
No es el
caso de A Sangre y Fuego, la obra del escritor neutral. La obra del periodista
por vocación. La obra, del hombre que supo arrancar la pluma de su mano cuando
ésta temblaba airada, para volver a encontrarse con ella a la mañana siguiente,
cuando ésta ahora dormía.
“Yo era eso que
los sociólogos llaman un pequeñoburgués liberal, ciudadano de una república
democrática y parlamentaria. Trabajador intelectual al servicio de la industria
regida por una burguesía capitalista heredera inmediata de la aristocracia
terrateniente, que en mi país había monopolizado tradicionalmente los medios de
comunicación de cambio –como dicen los Marxistas-, ganaba mi pan y mi libertad
confeccionando periódicos y escribiendo artículos, reportajes, biografías,
cuentos y novelas, con los que me hacía la ilusión de avivar el espíritu de mis
compatriotas y suscitar en ellos el interés por los grandes temas de nuestro
tiempo. Cuando iba a Moscú y al regreso contaba que los obreros rusos viven mal
y soportan una dictadura que se hacen la ilusión de ejercer, mi patrón me
felicitaba y me daba cariñosas palmaditas en la espalda. Cuando regresaba de
Roma ay aseguraba que el fascismo no ha aumentado en un gramo la ración de pan
del italiano, mi patrón no se mostraba tan satisfecho de mi trabajo, ni creía
que yo fuese realmente un buen escritor; pero a fin de cuentas, a costa de
buenas y malas caras, de elogios y censuras, yo iba sacando adelante mi verdad
de intelectual liberal, ciudadano de una república democrática y
parlamentaria.”
El escritor
que amaba España y que renegó de ella cuando supo que ya todo estaba sumido en
la mezquindad.
Cuando viendo que rusos bolcheviques y fascistas italianos y alemanes hacían
uso del suelo español para cubrirlo con la sangre de sus gentes; algunas
estúpidas, otras, crédulas; y cuando viendo que ya cualquier esfuerzo no
serviría más que para avivar las llamas del desastre, se refugia en París,
donde su repudio a la estupidez y a la crueldad –Como él declara en su obra- le
llevarán a retomar su vocación periodística.
“¿Por dónde
empezó el contagio? Los caldos de cultivo de esta nueva peste, germinada en ese
gran pudridero de Asia, nos la sirvieron los laboratorios de Moscú, Roma y
Berlín, con las etiquetas de comunismo, fascismo o nacionalsocialismo, y el
desapercibido hombre celtíbero los absorbió ávidamente. Después de tres siglos
de barbecho, la tierra feraz de España hizo pavorosamente prolífica la semilla
de la estupidez y la crueldad ancestrales.”
“Me expatrié
cuando me convencí de que nada que no fuese ayudar a la guerra misma podía
hacerse ya en España. Caí,
naturalmente, en un arrabal de París, que es donde caen todos los residuos de
la humanidad que la monstruosa edificación de los estados totalitarios va
dejando. Aquí, en este hotelito humilde de un arrabal parisiense, viven mal y
esperan a morirse los más diversos especímenes de Europa: Popes rusos, judíos
alemanes, revolucionarios italianos… No quiero sumarme a esta legión triste de
los desarraigados, y aunque me sienta como una afrenta del ser español, me
esfuerzo en mantener una ciudadanía española puramente espiritual, de la que ni
blancos ni rojos puedan desposeerme.”
Y aun
siendo muchas las citas que aquí deberíamos recoger, no serían suficientes. Es
una de esas novelas que se leen, que se deben leer. Y que tal legado de prosa
perfecta despierte nuestra sensibilidad a la muerte humana. Y que también
despierte nuestro desapasionamiento, pues de lo contrario llegaremos al seguro
error de interpretación histórica.
Y considero
arrogante hablar de lo que nunca conocí. Considero arrogante, tremendamente
arrogante, aborrecer la muerte cuando nunca antes la acontecí. Pero supongo que
las personas buenas, no sé si desde que nacen o desde que se marchitan; llevan
consigo la medicina de la sensibilidad y la amabilidad. Y son estas por seguro
las únicas medicinas que sanarán el contagio de la muerte. La única medicina
que nos hará repudiar a Platón; clamando la existencia de los hombres y
secundando las inteligibles y traidoras ideas. Bendita medicina.
Bendita
arrogancia.
Rubén Sainz González, 2ºBachillerato B
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